La espesura ha entrado en mi mar de la tranquilidad y he disfrutado nadando lentamente entre sus aguas. No ha sido un chapuzón, ha sido un baño terapéutico, concienzudo.

Mientras agonizo (As I Lay Dying, 1930), de William Faulkner, es mi primer acercamiento a la obra de este autor estadounidense y no he podido quedar más satisfecha de ello.

La novela narra el viaje que una familia del sur de los Estados Unidos realiza para enterrar a la madre en su pueblo natal y la obcecación con la que llevan a cabo dicho cometido.

El punto de vista de la narración es el de la perspectiva múltiple, cada uno de los capítulos está narrado en primera persona. Por un lado, el patriarca y los cuatro hijos: tres varones y una mujer. Por otro, diversos vecinos y personajes reacionados con las tramas secundarias. También la madre tiene voz en la narración.

Tanto la técnica narrativa como la ambientación son para mí los elementos más salientables en la obra. Mientras agonizo es una lectura morosa, de ritmo muy lento, una historia que me vi paladeando quedamente. Esa lentitud representa no sólo la agonía inicial de la madre moribunda, sino la agonía de la muerta por ver cumplida su última voluntad, una locura que la familia emprende, movidos sobre todo por la terquedad irracional del padre. Parad, parad, basta ya, regresad, puedes llegar a pensar mientras la lees. Pero no, no hay parada.

Las diferentes voces introducen historias tangenciales, duras como el territorio que atraviesan, como la pobreza que los envuelve, el subdesarrollo que los ahoga. Así aparecen relaciones extramatrimoniales, hijos bastardos, enfrentamientros fraternales, embarazos no deseados, accidentes laborales, sueños irrealizables.

Calor. Abanicos. Lluvias torrenciales. Carretas. Pasteles. Caballos. Trenes de juguete. Herramientas. Música.

Alta literatura.